Entrar en escena (1)

Probablemente, uno de los momentos más transcendentales de actuar ante el público es el momento de entrar en escena. Cuando el músico pisa el escenario se ve inmerso, súbita e irremisiblemente, en un mundo radicalmente diferente del que apenas hace un instante aún habitaba en el camerino o entre bambalinas. En este nuevo mundo sólo existe el presente más absoluto, parece no haber margen para pausar la vida, aunque sea sólo un breve instante, ni para enmendar errores o pretender suplicar segundas oportunidades, todo ocurre aquí y ahora o no ocurre, no hay término medio posible. Esta inmediatez, esta fugacidad casi cruel del tiempo, confieren su grandeza a la interpretación en directo y, sin duda, también su miseria.

Al tocar ante el público, se generan unas poderosas sinergias entre el intérprete, el público y, cómo no, con la obra y el compositor interpretados. La efimeridad de la música obliga a saborearla con total avidez, cada instante desatendido es un retal de música que se pierde para siempre jamás. El intérprete se siente arrastrado por esta irreversibilidad y con ella ve estimulada la necesidad de dar de sí todo de lo que dispone en aquel momento. Si realmente quiere comunicar i conectar la música con el público, deberá entregarse “en cuerpo y alma” (y podríamos añadir, también, “en mente”) para dar vida al contenido musical que tiene entre sus manos. Si todo va bien, el músico y el público rozarán el cielo con la punta de los dedos, pero… si algo no va tan bien, quizá asomen algunos infiernos, especialmente para el músico.

Simon Rattle, en el fascinante documental Trip to Asia – Die Suche nach dem Einklang rodado con la Berliner Philarmoniker (2008), sentado en su camerino, justo antes de salir a escena, comentaba sus impresiones sobre el hecho de tocar en público. Con su característica flema británica y su seductora oratoria, Rattle aporta interesantes reflexiones sobre este tan mágico e indescriptible momento previo a entrar en escena. Según Rattle, no se es exactamente la misma persona fuera que dentro del escenario, debe darse lo que él denomina una “metamorfosis”, una necesaria metamorfosis por la que hay que pasar para poder afrontar el reto de subir al escenario; sin ella es imposible encontrar la música, pero, añade Rattle, esta metamorfosis no siempre funciona.

¿A qué se refiere Rattle cuando nos habla de una necesaria metamorfosis? ¿Por qué puede o no funcionar? ¿De qué depende? Desde la perspectiva de la psicología de la música, podemos ahondar un poco más en estas cuestiones.

Al salir a escena y entrar en contacto con el público se dan dos circunstancias esenciales: por un lado, la convivencia con un reducido, si no nulo, margen de error; por otro lado, la necesidad de conectar y comunicar con el público. Ambas circunstancias beben de la misma fuente, la necesidad de una entrega casi absoluta para satisfacer las exigencias del escenario. Poder interpretar un repertorio de una mínima duración manteniendo la plena concentración interpretativa e intensidad comunicativa es una tarea que requiere el aporte de mucha energía física, pero sobre todo mental y emocional. La capacidad de atención y concentración son llevadas a su máximo rendimiento, cualquier distracción puede resultar fatal, el detalle lo es todo, especialmente en aquel tipo de repertorio en que la exigencia técnica y/o musical es extraordinariamente compleja. A su vez, para mantener viva la conexión con el público y la intensidad original de la obra musical interpretada, debe ser posible dejarse arrastrar por el torrente expresivo que emana de la partitura, aceptar el desafío de ceder temporalmente buena parte del control emocional a los dictados del compositor y vivir momentos de una intensidad existencial violentamente extremos.

A partir de estas constataciones, podemos empezar a entender qué entiende Simon Rattle por una necesaria “metamorfosis”. Estas exigencias tan extremas que se viven en el escenario no suelen darse habitualmente en la vida cotidiana. Podemos ir más o menos estresados, vivir bajo ciertas presiones o dificultades que nos ponen a prueba día a día, pero, en general, la vida cotidiana no es vivida con la misma intensidad atencional y emocional que una actuación en público. Este contraste se da igualmente en otras profesiones en que el margen de error y la implicación personal pueden ser máximas (por ejemplo, un cirujano, un bombero y, por descontado, en los deportes de competición).

Simon Rattle

Como decíamos, pues, desde la psicología de la música podemos empezar a analizar y comprender algunos elementos de esta metamorfosis. El tránsito desde el camerino al escenario es, de hecho, el tránsito de la vida cotidiana a la vida musical: allí donde las facultades psicológicas activadas a media intensidad bastaban para satisfacer la mayoría de las necesidades comunes, nos encontramos, de repente, con unas nuevas exigencias que obligan a activarlas en su máxima intensidad. La capacidad de atención, la activación mental y física, la motivación, la implicación emocional, la confianza en uno mismo son llevadas a su máximo exponente. Si la activación e intensificación de alguna de estas facultades psicológicas flaquea, el escenario puede llegar a resultar un reto realmente arduo de afrontar, cuando no directamente imposible.

Cabe, preguntarse, entonces, cómo aprender a llevar a cabo esta metamorfosis a la que se refiere Simon Rattle. Y, también, y no menos importante, cómo aprender a aceptar cuando es posible y cuando no dicha metamorfosis.

>>>> Entrar en escena (2)

© Marià Gràcia

© Marià Gràcia

Músic & Psicòleg

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