A partir de lo expuesto en los dos artículos precedentes, podemos empezar a apreciar los indiscutibles beneficios de estudiar el aprendizaje musical a través de las representaciones mentales. Entendido así, el aprendizaje musical es el resultado de la suma y coordinación de diferentes aprendizajes simultáneos a los cuales tenemos que prestar la atención individualizada necesaria para un óptimo rendimiento cerebral. El hecho musical, a nivel neurofuncional en nuestro cerebro, no es una entidad monolítica sino, más bien, una rica y compleja combinación de realidades parciales que acaban conformando un todo armónico finamente sincronizado.
Ahora bien, aquello que representa una ventaja potencial, puede acabar transformándose, al mismo tiempo, en su propio talón de Aquiles. Hablar de aprendizaje musical en términos de múltiples aprendizajes simultáneos en lugar de un solo aprendizaje central puede comportar, inicialmente, ciertas dificultades añadidas. Contemplada desde una perspectiva sistémica, esta diversidad de aprendizajes simultáneos obliga a considerar las relaciones jerárquicas que se dan entre ellos y qué rol juega cada uno de ellos en el global del aprendizaje final. Podemos entenderlo así:
- Una vez hemos completado el mapa del conjunto de representaciones mentales que conforma la información musical, nos econtramos con una importante limitación a nivel cognitivo: La atención humana difícilmente puede atender más de una tarea o estímulo a la vez, al menos de manera suficientemente consciente y controlada.
- Es sabido que la atención puede ser automatizada para optimizar recursos mentales. Aquello aprendido de manera consolidada deja de requerir nuestra atención y es procesado y ejecutado en segundo plano de nuestra conciencia.
- Por lo tanto, tendremos que priorizar qué de estas representaciones es atendida de manera consciente y qué otras tendrán que ser atendidas automáticamente en segundo plano. Esta consideración resultará esencial puesto que determinará el elemento al cual el músico concede la máxima prioridad en el momento de controlar su interpretación.
- Desde una perspectiva sistémica, toda actividad de un sistema (y podemos entender el conjunto de representaciones mentales como un sistema formado por varios elementos relacionados estructuralmente entre sí) necesita de la correspondiente retroalimentación para poder verificar la eficacia de estas acciones y establecer correcciones si fuera necesario. Por lo tanto, la elección de la representación que recibirá la mayor atención determinará en buena medida la calidad de esta retroalimentación, es decir, la calidad de la interpretación musical.
Podemos ilustrar todo esto a través de un ejemplo:
- Cuando tocamos un instrumento, lo hacemos con el propósito de emitir unos sonidos organizados que respondan a unos criterios predeterminados que denominamos música.
- Por lo tanto, hemos tenido que aprender previamente como llevar a cabo las acciones que harán posible la materialización de los sonidos en el instrumento. Este aprendizaje, tal como hemos visto, estará tejido por las diversas representaciones mentales de cada modalidad de información que conforma aquello que denominamos música.
- Este conjunto de aprendizajes parciales (las representaciones mentales) se coordinará de manera extremamente precisa para ofrecer la impresión de una suela macro representación sonora, es decir, la música.
- Una vez aprendida o interiorizada esta “macro representación”, interpretaremos esta música con el instrumento. Todos los aprendizajes previos, las representaciones mentales, se coordinarán para sincronizarse y hacer posible su conversión en acciones motrices que hagan sonar el instrumento.
- Como estamos hablando de aprendizajes en principio sólidamente consolidados, el nivel de atención necesario en la ejecución de estas acciones podrá ser bastante bajo puesto que se dará una alta presencia de automatización.
- Esta automatización permitirá un menor coste energético, menor sentimiento de esfuerzo y una mayor eficacia y fiabilidad en los resultados; pero, a la vez, propiciará una mayor despersonalización del resultado musical. A pesar de que el aprendizaje esté fundamentado en unos buenos criterios musicales, un exceso de automatización puede conllevar una carencia de vivencia consciente de la experiencia musical y una pérdida de sentido estético y comunicativo.
- Aun así, hay que tener en cuenta que todo sistema necesita de una retroalimentación para regular sus acciones coordinadas y asegurarse que está cumpliendo los objetivos previstos (en este caso que el instrumento suene tal como está previsto que suene).
- Ya que la acción de tocar el instrumento está formada por la coordinación de diferentes modalidades de información y ya que la atención solo puede focalizarse de manera consciente en una suela de estas modalidades, tendremos que decidir cuál de ellas priorizamos y le dedicamos una atención más sostenida para poder mantener este feedback continuo y a tiempo real que posibilite el control de la calidad de la interpretación.
- A pesar de esta priorización, está claro que podremos beneficiarnos, de manera secundaria, de la atención alterna, la dividida o, incluso, de la simultánea, teniendo en cuenta, pero, que son modalidades de atención que requieren mayor esfuerzo, desgaste energético y que pueden propiciar un menor rendimiento.
- A veces, a esta priorización vendrá dada por necesidades circunstanciales (acústica de la sala, características del instrumento o del pasaje a interpretar en un momento dado, etc.) pero, en general, podremos decidir en qué dimensión basamos principal y prioritariamente la retroalimentación o feedback. De esta decisión surgirá, en gran medida, el tipo de músico que seremos.
Este último punto resultará esencial en la formación e identidad de todo músico. Aquello que tan a menudo juzgamos y consideramos como apuesta o elección estética de todo músico, muchas veces será simplemente el resultado de unas necesidades de controlar la retroalimentación surgidas de un determinado tipo de aprendizaje. Es decir, ante la necesidad de controlar las acciones que guían nuestra interpretación al instrumento, apostaremos por una dimensión u otra de la música, según prioricemos una u otra representación mental que ejerza un rol jerárquico superior. En algunos músicos será la vista, en otros las sensaciones motrices, en otros la emoción, en otros el tacto, en otros, incluso, un caos de sensaciones desorganizadas, etc. De la rigidez o flexibilidad de esta capacidad de retroalimentación surgirá la calidad como músicos.
Sea como sea, del mismo modo que en la salud mental, la clave del buen funcionamiento de este sistema de representaciones mentales radicará en la integración. Hablamos de integración cuando todas las dimensiones o partes de la personalidad están plenamente armonizadas entre sí; por el contrario, hablaremos de disociación o fragmentación cuando alguna o algunas de estas dimensiones o partes no colaboran entre ellas, produciéndose una disonancia o tensión que afecta el funcionamiento del conjunto o sistema. Entonces, la conciencia se ve obligada a atender cada dimensión o parte por separado, lo cual repercute en el esfuerzo cognitivo y en la coherencia del sentimiento de identidad.
En el caso de las representaciones mentales se da la misma situación:
– Si todas las representaciones están muy coordinadas y organizadas jerárquicamente, se producirá un sentimiento de integración en qué todo avanza y fluye hacia la misma dirección.
– Por el contrario, si no lo están, se producirá el típico sentimiento de disociación, generalmente caracterizado por inseguridad, ansiedad y fuerza dispersión cognitiva.
– Cabe decir que, especialmente en la interpretación de un instrumento, la disociación representa una importante fuente de problemas e inseguridades. Tanto a nivel de lesiones, como de dificultades de aprendizaje, como de capacidad expresiva y comunicativa, de concentración y, también, de inseguridad escénica, la disociación de las diferentes representaciones mentales que conforman el saber musical puede limitar mucho el desarrollo de las capacidades de cada músico.
