Una vez establecido un mínimo marco conceptual, hay que empezar a observar y a analizar cómo actúa la emoción (o el sentimiento) en la interpretación musical. Más concretamente, debemos intentar entender cómo aquello que denominamos emoción (o sentimiento) surge del código lingüístico de cada estilo y se traduce en algo próximo a un cierto significado emocional.
A modo ilustrativo, y para iniciar este análisis, podríamos establecer una comparación con el fenómeno de la empatía. En cierto modo, podemos afirmar que, cuando interpretamos una obra musical, reaccionamos de manera empática a la partitura, del mismo modo que reaccionamos de manera empática a una persona que tenemos ante nuestro. Parecería, así, que se da una cierta calidad inmanente, ya sea a la partitura o en esta persona con quién empatizamos, que posibilita este tipo de comunión aparentemente inexplicable.
Pero, no nos llevamos a engaño, la empatía no surge de la nada, sino, más bien al contrario, surge de toda una capacidad de extraer información, generalmente de manera inconsciente y sutil, de señales corporales y conductuales que emite la otra persona. Gracias a las neuronas espejo y la capacidad de proyección e introyección que permiten, las acciones de una persona que tenemos delante nuestro pueden ser interpretadas en nuestro interior como si las realizáramos nosotros mismos. Si aquella persona tensa los músculos, sentiremos la misma tensión; si mira de manera triste, nos entristeceremos, etc., y así “nos pondremos en su piel” y entenderemos qué siente y qué le pasa.
Resulta obvio, no obstante, que las neuronas espejo no son totalmente extrapolables a la interpretación musical. Pueden sernos útiles, probablemente, en presencia de un intérprete, que nos transmitirá buena parte de su estado anímico a través del gesto, la actitud, la respiración o la conducta, pero difícilmente nos serán de utilidad ante una partitura, a la hora de interpretarla. Una partitura (o, en su defecto, una obra musical aprendida por transmisión oral de manera imitativa) no interpela directamente nuestras neuronas espejo. Está claro que la información musical que contiene de manera codificada una partitura no es información emocional pura y directa. La emoción surgirá del sentido extraído de la combinación de sonidos que conforma la obra, más concretamente, de la información que nos proporcione su código lingüístico.
Hay que preguntarse, pues:
- ¿Cómo extraemos sentido y significación emocional de los sonidos que conforman una obra musical?
- ¿Por qué algunos músicos parecen receptivos a la emocionalidad en la música y otros no?
- ¿Por qué se dan varias interpretaciones o sentidos de una misma partitura?
- ¿Por qué algunos intérpretes parecen más coherentes al extraer versiones de una partitura que otros?
Sin responder estas preguntas, la emoción en la música queda reducida a un cierto clasismo o a una cierta moralidad O bien se pertenece o no a una determinada estirpe capaz de captar innatamente la esencia emocional de una música, o bien se nos puede acusar de no mostrar suficiente receptividad y sensibilidad hacia la esfera emocional de la música. Como pedagogos y como intérpretes, lo que queremos y buscamos es, precisamente, rehuir estas explicaciones basadas en juicios de valor. Analizar y comprender cómo funciona la emoción musical en nuestro cerebro puede ayudarnos a generar recursos y dinámicas de aprendizaje que acerquen cualquier aprendiz al fenómeno de la emoción musical con pleno rigor.