Todo aquello que aprendemos, sea el tipo de conocimiento que sea, se almacena en la memoria, en nuestro cerebro. Hay diferentes tipos de memoria, localizadas en diferentes áreas del cerebro, según la modalidad de la información a codificar y registrar. Así, por ejemplo, la información verbal, motriz o visual se almacenará en áreas diferentes a través de complejas redes de neuronas conectadas entre sí. Es importante tener presente que, por lo tanto, cualquier conocimiento de tipo multimodal o multisensorial exigirá múltiples registros de memoria simultáneos en diferentes áreas del cerebro. Por ejemplo, coger al vuelo una pelota, requerirá, como mínimo, la participación de la memoria visual y la motriz; en el caso de la música, tocar una simple serie de sonidos con un instrumento incrementará notablemente el número de memorias involucradas (motriz, auditiva, visual, táctil, lógica-verbal, emocional, etc.).
Podemos denominar representaciones mentales a estas codificaciones de memoria en nuestro cerebro. A través de las representaciones mentales, construimos una imagen interna de aquellas realidades con las cuales interactuamos cognitivamente. No son reflejos pasivos y fieles de la realidad, son construcciones llevadas a cabo a partir de nuestra capacidad previa de codificar y simbolizar la información (de aquí el constructivismo como paradigma epistemológico y la gran dificultad al establecer criterios de objetividad y verdad).
Una de las claves esenciales de todo aprendizaje es, sin duda, descifrar y entender cómo se construyen las representaciones mentales que lo conforman. Dado que, como hemos dicho, cada dimensión de una conducta o conocimiento necesita su propia representación mental específica, nos encontramos ante dos exigencias básicas, en este sentido: entender cómo se representa mentalmente cada una de estas dimensiones o modalidades y, no menos importante, conocer cómo se coordinan entre si cada una de estas representaciones.
El objetivo metodológico y didáctico de toda pedagogía tendría que ser, por lo tanto, explicar a nivel neurocognitivo el qué, el cómo y lo por qué de las representaciones mentales que conforman todo aprendizaje:
- El qué nos aclara qué tipo de información necesitamos representar en nuestro cerebro, qué tipo de conocimientos conforma y como están constituidos a nivel de modalidades.
- El cómo nos indica la manera como construimos cada una de estas diferentes representaciones mentales, la vía a través de la cual el cerebro acaba incorporando cada conocimiento a cada área cerebral correspondiente y cómo consigue coordinarlos entre sí con precisión. En definitiva, cómo aprendemos.
- El por qué nos aporta la clarividencia científica de la coherencia y efectividad de estas prácticas pedagógicas. Para poder evitar la inercia de prácticas inspiradas en simples intuiciones o suposiciones, hay que poder argumentar y justificar por qué creemos que una manera de aprender es más efectiva y válida que otra.
Y, no menos importante, estos interrogantes metodológicos y didácticos tienen que responder a una pregunta de orden superior: ¿para qué se aprende todo esto? Es decir, revisar a nivel educativo el sentido y utilidad de los aprendizajes y, sobre todo, la manera de adquirirlos. Aprendemos para desarrollarnos personalmente y este desarrollo no lo conforman, sólo, los contenidos adquiridos sino, sobre todo, como los hemos adquirido. Hay aprendizajes forzados, violentos, irrespetuosos con el aprendiz, que lo posicionan como un simple receptor pasivo; hay otros aprendizajes conscientes, que invitan al aprendiz a considerar su rol en el propio aprendizaje, a respetarse a sí mismo, a considerar la calidad del propio proceso de aprendizaje como indicador de su actitud ante la vida y el saber.
Podemos afirmar, sin miedo a exagerar, que conocer a fondo el concepto de las representaciones mentales y su aplicación al aprendizaje musical puede ayudar a construir los cimientos de una visión científica de cómo aprendemos música.