La emoción en la interpretación musical (2)

Como hemos expuesto en el artículo anterior, la emoción ha recuperado un cierto rol preeminente en psicología. De hecho, esta recuperación no es un fenómeno exclusivo del ámbito psicológico, sino más bien un reflejo de una corriente de más amplio alcance. Después del auge y predominio del racionalismo como paradigma epistemológico por excelencia en Occidente desde el siglo XVIII hasta buena parte del siglo XX, la crisis de valores que supusieron las guerras mundiales, los totalitarismos y las quiebras socioeconómicas del siglo XX desembocó en un creciente escepticismo sobre el papel central que jugaba la racionalidad en la vida humana.

Podríamos hacer extensiva esta consideración, igualmente, a la música, a pesar de que, probablemente, con un añadido de cierta complejidad. Dada su naturaleza estética y no verbal, la música siempre ha disfrutado de una estrecha vinculación con la emoción. Aunque sea de manera a veces intuitiva, a veces visceral, o a veces sutil, la música ha conectado con la emoción a pesar de que coexistieran paralelamente postulados de cariz más racionalista. Aun y así, a lo largo del siglo XX el peso del racionalismo se ha hecho notar en la interpretación, ya sea en el ámbito técnico e instrumental o bien en el lingüístico interpretativo. Interpretar música ha ido acumulando, así, un cuerpo de conocimientos suficientes sistematizados y explicitados, sujetos a leyes y a criterios más allá de la pura subjetividad intuitiva.

Dejando de lado disquisiciones especulativas sobre la esencia última de la relación entre música y emoción, puede resultar útil, ahora, hacer una lectura desde una perspectiva psicológica, especialmente a nivel cognitivo:

  • ¿Por qué tanta y tanta gente percibe un trasfondo de significado en la emoción musical?
  • ¿Por qué este significado, a menudo, es compartido de manera unívoca por mucha gente?
  • ¿Por qué tantos intérpretes extraen versiones con un alto parecido entre sí y por qué, a veces, proponen detalles o interpretaciones sustancialmente diferentes respecto a la norma habitual?

Antes de entrar en el detalle de estas cuestiones, hace falta, sin embargo, acabar de delimitar el concepto de emoción puesto que a menudo suele ser utilizado de manera bastante genérica y puede dar lugar a confusiones. La emoción, estrictamente hablando, es aquel tipo de reacción innata que responde a estímulos bastante específicos (innatos o aprendidos) y lo hace a través de conductas bastante estereotipadas. La emoción, en este sentido, es un repertorio primario bastante simple de reacciones potenciales ante situaciones bastante concretas. La emoción surge de estratos subcorticales del cerebro y su relación con la conciencia (ubicada en el estrato superior del cerebro, el córtex) se produce a posteriori.

Por lo contrario, el sentimiento es una reacción bastante más compleja, con un importante componente cognitivo, en la cual ya participa de manera mucho más activa la conciencia. El sentimiento, así, es el resultado de la evaluación que lleva a cabo la conciencia, a través de la participación de áreas corticales, de los estados emocionales que se dan en nuestro organismo. En este sentido, el sentimiento es capaz de combinar diferentes estados emocionales simultáneos e, incluso, contradictorios. Por ejemplo, podemos amar y podemos odiar; a nivel emocional son reacciones primarias de cariz binario que, simplemente, se activan o no con mayor o menor intensidad. Pero no se pueden mezclar entre ellas; por un lado, amamos y, por el otro, odiamos; y, en cierto modo, estas emociones entran en contradicción entre sí. Es solo a través del sentimiento que evaluamos estos dos estados contradictorios y extraemos de ellos un sentido matizado, mucho más complejo y elaborado. La corteza prefrontal toma conciencia de los estados corporales asociados a cada emoción y los traduce a algo más próximo al sentido. Así, en este caso, podemos afirmar que mantenemos una relación de amor-odio con alguien o algo, dando lugar a una ambivalencia de grises en lugar de obligarnos a elegir de manera radical entre el blanco o el negro.

Entendiendo así la emoción, en música tendríamos que hablar, a menudo, más bien de sentimiento. Suponiendo que haya una emoción estética asociada a la belleza que nos conmueve, podríamos hablar de un emocionarse estético; o en el caso de alguna música con un tinte emocional muy claramente marcado, podríamos decir que, por ejemplo, nos entristece o alegra. Pero, generalmente, aquello que nos encontraremos en la práctica diaria son manifestaciones complejas de combinaciones de estados emocionales y simbolizaciones o, incluso, elaboraciones racionalizadas en las cuales el elemento emocional quede bastante diluido en la emoción estética.

>>>> La emoción en la interpretación musical (3)

© Marià Gràcia

© Marià Gràcia

Músic & Psicòleg

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