Podemos concluir esta serie de artículos dedicados a la emoción en la interpretación musical prestando atención a su vertiente más aplicada:
- ¿Qué utilidad pueden tener estos conocimientos sobre el origen de la emoción en la interpretación musical?
- ¿Qué aplicación tangible en el aprendizaje musical podemos encontrar, ya sea como intérpretes o como profesores?
Un primer intento de aplicación puede incidir en la capacidad de observación y comprensión. Al ver y escuchar tocar a un intérprete o a un alumno, podemos analizar su relación con la emoción más allá de simples juicios de valor sobre su carácter, su actitud o su talento. En buena medida, la relación con la emoción y nuestra actitud ante la música se aprenden, del mismo modo que casi todas nuestras reacciones emocionales y actitudes en la vida también se aprenden, aunque sea implícitamente, solo por imitación o contagio de actitudes de los que nos rodean. Saber observar y comprender puede dar ayudarnos a identificar patrones recurrentes:
- Intérpretes o alumnos que abordan la partitura desde una perspectiva racional, pero ni descifran correctamente la gramática ni la saben transformar en prosodia.
- Intérpretes o alumnos que hacen lecturas sintácticamente correctas pero que no saben trasladarlas al registro prosódico.
- Intérpretes o alumnos que intentan hacer una propuesta prosódica suficientemente rica y coherente, pero sin un suficiente fundamento sintáctico que la apoye.
- Intérpretes o alumnos que poseen un aceptable dominio de la sintaxis y la prosodia, pero creen y piensan que la música necesita ser expresada con un marcado sentimiento personal por parte del intérprete, desatendiendo el rigor sintáctico (y, por lo tanto, semántico)
- Intérpretes o alumnos que poseen un buen dominio de la sintaxis y la prosodia, pero no acaban de encontrar el sentido interpretativo en la obra por carencia de referentes vitales con los cuales aportar el contexto vivencial necesario.
De aquí surgen actitudes o comportamientos compensatorios:
- La híperracionalización como intento de controlar la interpretación desde una vertiente exclusivamente sintáctica.
- La creatividad exagerada o imaginación desmesurada aplicada a los rasgos estilísticos y lingüísticos para compensar la falta de criterio sintáctico.
- La exageración prosódica (sobreactuación o “tocar expresivo”) para compensar la falta de consistencia en la lectura sintáctica.
- El énfasis en la dimensión técnica instrumental para desplazar la energía emocional desde el plano lingüístico al plano psicomotriz y corporal (virtuosismo, gesticulación exagerada) y generar tensión emocional desde la motricidad.
Hay que profundizar, también, en las causas de estos patrones y comportamientos:
- Inhibición expresiva o vergüenza debidas a factores de la propia personalidad del intérprete o alumno (introversión/extroversión, nivel de activación energética, timidez, baja autoestima, carencia de asertividad, vida emocional pobre).
- Carencia de seguridad traducida en una excesiva necesidad de control racional para evitar riesgos y errores.
- Formación y educación demasiado rígida en que se sobrevalora la corrección técnica y estilística.
- Factores culturales en que no se valora o, incluso, se rechaza la individualidad, la subjetividad o la originalidad.
- Carencia de formación a nivel lingüístico interpretativo, propiciando lecturas aproximativas e intuitivas, sin ningún fundamento sintáctico (tocar de oído o por imitación, imitar estilos prototípicos sin conocer los rasgos lingüísticos a fondo).
Igualmente, no podemos ignorar el papel del oyente o el público en la facilitación de la comunicación a nivel emocional en la interpretación. Según los conocimientos y actitudes del público cada estilo de interpretación será percibido y valorado de manera diferente:
- Un público entendido valorará, probablemente, el equilibrio comedido entre sintaxis y prosodia.
- Un público lego preferirá, posiblemente, una versión de las obras más explícita, con un mayor énfasis en la exageración prosódica y una menor complejidad en la lectura sintáctica, o bien con un acento marcado en el virtuosismo.
- Un público experimentado y familiarizado con según qué repertorio se sentirá bastante cómodo en la contención y en la sutilidad, participando proactivamente en la escucha.
- Un público menos experimentado rehuirá las versiones contenidas y sutiles y preferirá, probablemente, una mayor explicitación y exageración de rasgos prototípico a nivel emocional o sentimental.
Cómo podemos constatar, la emocionalidad en la interpretación musical obedece a muchas causas y responde a múltiples criterios. El hecho de considerar revisar los criterios con los cuales juzgamos cada intérprete según su grado de emocionalidad puede ser un buen punto de inflexión inicial para rehuir y evitar actitudes excesivamente basadas en prejuicios poco fundamentados, basados, a menudo, en estereotipos demasiado sectarios y apriorísticos. Pero, sobre todo, puede ser muy conveniente y saludable, a nivel de bienestar personal y mental, comprender mejor nuestra relación con la emoción en la música (y en la vida). Si es cierto que vivimos, antes de que nada, a través de las emociones, necesitemos conocerlas más a fondo y otorgarles la importancia que merecen.