En el artículo anterior, hemos empezado a valorar el sentido de la existencia de la lectura musical y la partitura a partir de consideraciones de las características y limitaciones de la memoria humana y la necesidad de unos soportes físicos externos para almacenar la información que no puede retener por si suele el cerebro humano. Así, tanto la memoria a largo plazo como la memoria de trabajo obligan a utilizar estos apoyos externos para poder procesar música de una cierta complejidad.
Sin duda, este primer argumento ya nos posiciona a rebajar un poco el grado de sospecha que recae sobre la lectura musical. Evidentemente, todavía quedan otras sombras para resolver, pero podemos empezar a considerar que la hipotética toxicidad de la lectura musical respecto el aprendizaje musical no se soluciona apartando de manera radical las partituras ni su lectura de la presencia de nuestros alumnos.
Podemos continuar y ampliar la reflexión centrándonos con algo más de detenimiento en la importancia de la memoria de trabajo en el procesamiento de la información musical. Como hemos comentado en el artículo anterior, la memoria de trabajo nos permite retener a la conciencia una cierta cantidad de información para poder utilizarla en tareas cognitivas que estemos realizando, (en cierto modo, sería el equivalente a la memoria RAM de los ordenadores). Esta memoria, a pesar de las indiscutibles ventajas de permitirnos llevar a cabo razonamientos y cálculos de una considerable complejidad, sobre todo planificar posibilidades de futuro, presenta un importante inconveniente: exige un considerable consumo energético al cerebro. Y ya sabemos que, en general, en la naturaleza, la energía es un bueno muy preciado para la supervivencia y su uso suele estar muy controlado y regulado por el propio organismo. En este sentido, la memoria de trabajo presenta unos límites, tanto de cantidad como de duración del volumen de información a retener mientras se realiza una tarea cognitiva.
Si trasladamos estas limitaciones que impone la memoria de trabajo a la práctica musical, podemos entender la necesidad de utilizar la escritura musical, y por tanto la lectura, como un tipo de recurso complementario a la capacidad de razonamiento de nuestra mente. Podríamos compararlo a un bloque de notas o a un soporte gráfico que permite descargar la memoria de trabajo y visualizar el conjunto de la información de manera más eficiente para nuestro cerebro. Si la finalidad de la memoria de trabajo es, precisamente, poder “visualizar” en nuestra mente la información necesaria para una tarea cognitiva, que mejor, si no, que poderla visualizar literalmente sobre un papel.
Las repercusiones de esta ampliación de la memoria de trabajo son enormes, como podemos imaginar. De repente la complejidad del lenguaje musical se enriquece hasta límites casi infinitos:
- Podemos manipular secuencias de sonidos mucho más largas y complejas.
- Podemos construir nuevos sistemas tonales o modales más allá de los más próximos a la serie de armónicos.
- Podemos *simultaniejar sonidos armónicamente en mayor número y complejidad.
- Podemos combinar varias voces simultáneamente con un grande de independencia extraordinario.
- Podemos construir estructuras formales de gran envergadura y complejidad.
- Podemos combinar planes sonoros de gran contraste y riqueza sonora.
- Etc., etc., etc.
Realizando una breve retrospectiva debemos valorar toda la evolución de la música occidental desde el surgimiento del canto gregoriano y las primeras polifonías que de él se derivaron y juzgar el importante papel que jugó la partitura. También se puede considerar si la inmensidad del contrapunto de Bach habría sido posible sin la escritura musical, o, también, todas las riquezas armónicas y tonales de toda la música surgida a partir del romanticismo.
Es importante, en este sentido, tener presente que la escritura musical no solo juega un papel de apoyo cuantitativo sino, también, cualitativo. Con la escritura, la capacidad de simbolización del lenguaje musical se incrementa infinitamente, permitiendo establecer nuevas relaciones de mayor abstracción y complejidad entre los sonidos que no dependan exclusivamente del oído. Las reglas sintácticas de alcance y proporción limitados, casi primarias, que surgen de la música de tradición oral son transportadas, gracias a la partitura su máxima capacidad de especulación lingüística gracias a la posibilidad de ampliar el volumen de información musical manipulado en un momento dado.
Entendidas así, la escritura y la lectura musical son la llave de acceso a un universo musical caracterizado por una alta simbolización, abstracción y culturización. No constituyen su esencia, por supuesto, pero resultan un elemento indispensable: sin la lectura y la escritura musicales, el ser humano no habría podido explorar y conquistar este universo tan vasto.
Vamos sumando, por lo tanto, virtudes a favor de la lectura musical y la partitura. De momento, por sí solas no acreditan ninguna contraindicación para un aprendizaje musical saludable y provechoso, más bien al contrario. Habrá que considerar si, como en el veneno, la toxicidad está en la dosis, y convendrá reflexionar sobre el uso que se hace de la lectura y la partitura tanto en entornos de aprendizaje como, incluso, en la práctica musical. Como ya sabemos, del uso al abuso la distancia no siempre es tan grande como cabría suponer.